Las edades del cigarro
Todos somos conscientes de que, con el correr de los años, nuestra vida pasa por diferentes etapas, cada una con unas características marcadas. De niños necesitamos que nos cuiden, de adolescentes casi nadie nos soporta (casi ni nosotros mismos), con la juventud pensamos que nos comemos el mundo, y sólo algunos llegamos -llegan- a la madurez con los objetivos de éxito cumplidos. Ya de viejitos parece que queremos cerrar el círculo de nuestra vida porque en la mayoría de los casos requerimos, de nuevo, que nos cuiden.
Sorprendentemente, con los cigarros y sus etapas de maduración ocurre casi lo mismo. Expertos en la materia, desde ingenieros agrícolas hasta fabricantes y master blenders, coinciden en términos generales en clasificar la vida de un cigarro en tres etapas: fresco, maduro y vintage.
La primera de las etapas podríamos aparejarla a lo que nos ocurre en nuestra niñez y juventud: a los cigarros jóvenes o frescos (2-4 años) hay que cuidarlos mucho y muy bien para que se mantengan sanos y en buenas condiciones, y un pequeño porcentaje de ellos colmará las delicias del auténtico aficionado. Dado que las hojas de tabaco se humedecen antes del bonchado y rolado de los cigarros, el olor a amoníaco propio del tabaco todavía será detectable en un cigarro recién fabricado. El tiempo que lleva deshacerse de ese olor depende tanto de la velocidad de fermentación previa como de los componentes químicos, el tamaño del cigarro, el empaquetado y la forma en que almacenamos los cigarros. Si bien, en general suele costar unos dos años que desaparezca completamente.
La segunda etapa, la de la madurez, suele corresponder a cigarros añejados durante cinco y diez años, que es cuando experimentan su mejor periodo de maduración. En una primera fase, los cigarros continúan produciendo sabores agradables como consecuencia del añejamiento continuo, por el que los componentes químicos disponen de más tiempo para mezclarse entre sí y, por ende, más complejos serán los sabores que generen. En este punto merece resaltar que un cigarro joven que no nos dice nada con respecto al sabor o aroma, puede llegar a sorprendernos, y mucho, si lo dejamos madurar con el tiempo y las condiciones de conservación adecuadas.
La última etapa del cigarro, antes de que su máximo de sabor se agote y se descomponga, perdiendo así las mejores de sus propiedades organolépticas, se corresponde con los cigarros de más de diez años a los que se denomina vintage. Y aquí pasa como en la vida: el que tuvo, retuvo. Y el que supo prepararse y conservarse, se lleva la mayor de las ovaciones. Es por ello que, en general, los cigarros vintage suelen llegar al mercado con un precio elevado, porque muchos de ellos valen lo cuestan (no confundamos con aquellos que están sobrevalorados debido únicamente a su antigüedad).
Con todo, la opinión más extendida es que los cigarros premium mejoran con los años, en parte debido a que los aceites naturales en el cigarro se desarrollan mejor con el tiempo, y en parte porque los sabores se mezclan y se suavizan con el paso de los años. Sea como fuere, y como siempre decimos, el mejor cigarro es siempre el que a uno le gusta.