El precio no lo decides tú. El valor, sí.
Haz que te elijan, no por lo que vendes, sino por cómo lo haces. Utilidad, agilidad y cercanía: el verdadero valor de tu estanco.
En un sector donde el margen está regulado, competir por precio no tiene sentido. Pero hay algo que sí puedes controlar: el valor que aportas. Y eso no depende ni del tabaco ni del catálogo. Depende de ti.
Un cliente no elige solo por lo barato. Elige por lo fácil, lo rápido, lo cómodo. Por esa capacidad tuya de hacerle la vida más simple. Si tu estanco se convierte en ese sitio donde puede hacer varias cosas en un solo paso, no solo vuelve. Te recomienda.
Hoy se valora más el tiempo que el dinero
Piensa como cliente. ¿Cuánto vale evitarse una cola más? ¿O resolver una gestión sin moverse de la calle? A veces no se trata de lo que vendes, sino de cómo de fácil lo haces. Si puedes ayudar a sacar efectivo, recoger un paquete o pagar una factura, ya estás aportando valor. Y el cliente, aunque no lo diga, lo nota.
Tu reputación también es valor
El valor también está en ti. En cómo atiendes, en si escuchas, en si das una solución. Un cliente fiel no vuelve solo por el producto, vuelve porque confía en ti. Porque cuando tiene una duda, un problema o una urgencia, sabe que tú resuelves. Y eso, en un mercado donde todos venden lo mismo, marca la diferencia.
¿No sabes por dónde empezar? Pregunta
¿No sabes qué servicio poner o qué producto añadir? Pregunta a tus clientes. ¿Qué echan en falta en el barrio? ¿Qué comprarían si tú lo ofrecieras?
Prueba con cosas de temporada: en verano, abanicos, ventiladores de mano, agua fresca, cremas solares de bolsillo. No necesitas grandes inversiones, necesitas moverte. Probar. Escuchar. Ajustar. Y volver a probar.
El valor está en la experiencia
Si el precio no lo puedes tocar, toca lo que sí depende de ti: la atención, la rapidez, los detalles. En ser útil. En resolver. En sumar. Cuando aportas valor real, no necesitas bajar precios. Necesitas subir expectativas.