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Una nueva ofensiva regulatoria amenaza el futuro del estanco. ¿Estaremos esta vez preparados para reaccionar a tiempo y defender el modelo?
Llevamos años oyendo que se avecina el fin del estanco tal y como lo conocemos. Pero esta vez, el futuro del estanco podría estar realmente en juego. Que si el empaquetado genérico, que si sabores prohibidos, que si fumar en terrazas pasará a la historia, que si los productos sin combustión se equipararán al tabaco tradicional…
Y sin embargo, aquí seguimos. Resistiendo. Adaptándonos. Reinventándonos.
Pero algo está cambiando. Otra vez.
A golpe de titulares y con una presión mediática cada vez más intensa, se está preparando una nueva vuelta de tuerca legislativa.
Quienes llevamos tiempo atentos al sector sabemos leer las señales: presiones europeas, informes ministeriales, borradores que circulan.
Y todos apuntan en la misma dirección: una regulación más restrictiva que podría reducir la libertad de elección del consumidor y desplazar parte de la demanda hacia canales no regulados.
Podría parecer una más. Otro susto. Otro aviso. Pero ¿y si esta vez sí viene el lobo?
Lo que está en juego no es solo un producto o una marca. Es la capacidad del estanco de seguir siendo competitivo y no ceder terreno al mercado ilegal: conservar a los clientes, mantener la facturación, garantizar la rentabilidad del negocio… Es el modelo entero el que está en la diana. Y si no lo defendemos con argumentos, con datos y con unidad, otros decidirán por nosotros.
Aún estamos a tiempo de actuar. No desde el miedo, sino desde la responsabilidad. No se trata de resistirse al cambio, sino de exigir que ese cambio tenga sentido, equilibrio y respeto por quienes cumplen con la ley y sostienen una parte importante de la economía local.
Conviene recordar que el estanco es mucho más que un punto de venta de tabaco. Es un servicio público, una red capilar de proximidad, un tejido comercial que genera empleo, recauda millones en impuestos y actúa como agente regulado. Debilitarlo no es una medida neutra: tiene consecuencias económicas, sociales y laborales. Y muchas veces, irreversibles. Por eso, proteger el futuro del estanco debe ser una prioridad para todos los que formamos parte del sector.
El estanquero no puede quedarse al margen. No ahora. No esta vez. Porque cuando las decisiones se toman sin escuchar al sector, es el conjunto del modelo el que se resiente.
Esta red profesional está acostumbrada a aguantar. Pero ahora no basta con aguantar. Hay que anticiparse. Participar. Hacerse oír.
Puede que el lobo esté ya en camino. Pero esta vez, no deberíamos esperarlo con la puerta abierta.
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